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MILLARES

  

MANOLO MILLARES

 


 

Nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1926.


Al referirse a los inicios de su carrera artística, se remonta a las visitas que de niño hacía al museo de Las Palmas, donde dibujaba cerámicas guanches y observaba las momias por cuyas envolturas de tela de saco quedaría fascinado. Esta habría de ser una huella permanente en la obra del pintor canario: las envolturas en el caso que ahora nos ocupa, pero también los diferentes utensilios de los primeros pobladores de las islas y sus símbolos grabados y estampados, que le acompañaron en toda su producción.


En esa inicial incursión en el terreno de la plástica aborígen, Manolo Millares sentó ciertas bases compositivas que habían de repetirse a lo largo de su producción. Los primeros pasos del pintor fueron ricos en simbología, en coloridos iconos dibujados sobre el lienzo o sobre la arpillera.


En 1955, el pintor canario se instala en Madrid. Venía avalado por su participación en el X Salón de los Once de Madrid (en 1953), en la II Bienal de Sâo Paulo del mismo o la II Bienal Hispanoamericana de 1954 en La Habana. Millares había iniciado el tránsito hacia una estética de carácter informalista, común al resto de integrantes de EL PASO, del que es miembro fundador.


De camino a las arpilleras el pintor va a ir poco a poco desarticulando el soporte, descomponiéndolo, como avance de la manipulación a la que llegará su obra madura de los últimos sesenta. Ya a mediados de los cincuenta Millares despieza y cose las arpilleras sobre las que pinta, agujerea, agrieta y zurce.


Uno de los aspectos que más llamaron la atención del artista fue, sin duda, la capacidad de la tela manipulada para transmitir la angustia y el compromiso, tanto con sus orígenes como con un constante cuestionamiento social.   

   
Existen diferentes ejes sobre los que la obra de Millares se articula a lo largo de los años. Por un lado, el eje matérico, que se apodera de toda su obra y al que sólo escapan sus gouaches y dibujos sobre papel. Por otro lado, la constante ética de sus planteamientos, que arranca de su atención a la realidad de la cultura guanche, a sus circunstancias, y que alcanza la propia realidad socio-política vivida en carne propia. Por último, otro de los ejes sobre los que girará la obra del pintor canario, un eje procesual, será por un lado la arpillera y por otro las recurrencias al negro. Esta recobra protagonismo cuando se la relaciona con una paralela presencia del blanco, ambos como opuestos y a la vez complementarios, como la luz y la muerte. A todo esto hay que añadir la aportación cromática que el pintor hace a su obra hacia 1958, cuando completa el binomio blanco-negro con pinceladas de rojo sangre. Esta evolución puede apreciarse en las obras aquí presentadas.


Manolo Millares fallece en Madrid en 1972 a la temprana edad de 46 años.

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