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OTEIZA 2000
Comisariado: Iñaki Moreno Ruiz de Eguino
FECHAS: Del 15 de diciembre de 2000 al 1 de marzo de 2001
Con tizas y pizarras, luces y sombras, formas, contenidos silencios y palabras Jorge Oteiza se convierte en el primer y merecido protagonista de un lugar ideado y concebido como refugio del arte, pero también como punto de encuentro metafísico y real, de la ideas, las obras, las reflexiones y las creaciones de una sociedad, que indefectiblemente, apuesta por la cultura, la iniciativa artística, la educación y la belleza estética como las mejores herramientas para conquistar un futuro en el que kutxa y por supuesto la Sala kubo-kutxa estará presente junto a todos los gipuzkoanos.
OTEIZA ENTRE TIZAS Y PIZARRAS
Tizas y pizarras ocupan el espacio. Como siempre en el taller de Jorge Oteiza. Tizas y pizarra, los instrumentos con los que él se hizo escultor. Los instrumentos con los que se confesó a sí mismo que su tiempo de investigación espacial había terminado. Los instrumentos con los que se adentró sin reservas en el deseo de difundir sus descubrimientos. La tiza, que durante años había fluido entre sus dedos para componer cubos, esferas y cilindros, empezó a emborronar la pizarra persiguiendo los nombres con los que nos referimos a las cosas. A las cosas importarte, primero. Las demás, a continuación. Y la ley de cambios, que describe el camino que recorre el arte para hacer que la vida llegue a ser verdaderamente humano, iluminó el hueco. – lleno y vacío a la vez – de las palabras, como antes iluminara el proceder el escultor.
En la exposición un sendero de luz, el laboratorio de tizas. Un sendero blanco que cruza el aire que el visitante respira. Para que lentamente le contagie la excitación de descubrir cuánto puedes ser dicho a través de un gesto suspendido en el espacio por unos simples trozos de tiza o por algunos restos sueltos de hojalata. Al fondo, el negro de la pizarra, que espera el polvo blanco del yeso para despierta, como la retina cuando recibe un haz de luz. Toda la exposición, un taller. Una provocación d tiza que pugna por liberarse de su vitrina y alcanzar el altavoz de la pizarra. Ese lugar en el que compartir. Sobre el que dudar. En el que reconocer el acierto. Frente al cual sentirse orgullosamente vacío.
Velázquez, el anfitrión. Odiseo, compañero fiel, crítico implacable. Los apósteles de Aránzazu, con sus rostros cobijados en los espacios liberados por la desocupación de tantos cubos y tantas esferas. Los condensadores de luz, faros de esas coordenadas imaginarias que mezclan formas geométricas, maclas y palabras hasta dejar la mirada del espectador atrapada, en la unidad triple y liviana, en el par móvil o en una pequeña tiza insumías, aunque esté fija en un estante lejano.
Acción y reposo, escultura y palabras, luz y sombra, tizas y pizarra… Un lugar en la entraña misma de la exposición para manipular yeso y compone r palabras. Ese lugar que el equilibro siempre inestable del arte parece requerir. Desde el taller el Odiseo-tiza replica a la exposición entra, convocando un nuevo principio.
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